Acrílico sobre tela, 2025.

100 x 80 cm.

Hay momentos en que el mundo parece vibrar a un ritmo más lento, casi imperceptible. No es el viento ni el eco: es la materia respondiendo a algo que no se ve. Cada color, cada trazo, cada silencio de la superficie lleva el pulso de una frecuencia más antigua.

Todo lo que existe —también nosotros— oscila. Somos la vibración del pensamiento que nos imagina, la reverberación de lo que nos atraviesa. Resonancia habita ese espacio intermedio donde lo visible es apenas una traducción de lo invisible, donde la forma no se impone sino que ocurre.

En ese intervalo, la realidad se vuelve porosa. Lo exterior deja de ser un paisaje y se transforma en una extensión de la conciencia que lo observa. Allí, entre el ritmo y la pausa, entre lo que emerge y lo que se disuelve, la pintura deja de representar: se convierte en vibración compartida.