Flotan entre brumas suaves,
sin distinguir si ascienden o se disuelven.
Las montañas aquí no pesan, no yacen: sueñan.
Un viaje sobre la impermanencia,
el eco de algo que se avecina,
y la certeza de que incluso la piedra más antigua
puede transformarse en luz.
Acrílico sobre tela, 120 x 100 cm.